Lo que trato de hacer desde hace un rato es explicarle que no pienso tomar ese caldo de pollo que hizo para cenar porque no me gusta.
Se resiste a escuchar lo que yo le estoy diciendo.
Vuelvo a hablar, pero levantando un poco la voz, le repito que no quiero caldo.
No grito porque estoy enfermo. sé que no me haría bien, tengo que cuidarme.
Levanto más la voz, y le digo que no me obligue a comer cosas que no me gustan, que es mi manera de pensar, y mi manera de pensar incluye ideas, proyectos, pensamientos políticos, familiares, morales, sobre programas de televisión, los que veo y los que no quiero ver.
Si he llegado hasta acá, a estar sentado en una mesa, tomando un vaso de vino, es porque de verdad puedo decir lo que pienso. Y el vino no debo tomarlo por mi salud.
Me preocupa si podré volver a bailar en mi vida con alguna mujer madura, de mi edad. No sueño con jovencitas.
No me gustan las mujeres despeinadas, desarregladas. Tampoco las que se maquillan mucho. Quisiera que ella, que tiene mi edad, me comprenda.
Voy a buscar otra mujer...
Sigue oferciéndome el caldo, dice que me va a hacer bien. La veo servirlo en un tazón blanco que pone en la mesa delante mío. Agrega una cuchara sopera, aprovecho la cercanía y tomo su mano, la aprieto tanto hasta que veo que la tiene bien colorada, en los dedos ya no hay sangre, no circula.
La miro a la cara, me acerco tanto que siento su olor, su aliento, su miedo.
Le digo que no me interesa tomar ese puto caldo de un asqueroso pollo que no se de donde viene. Ella me mira a los ojos, como pidiendome que la suelte, como no la suelto, toma la cuchara y me da un golpe en la cabeza, en la coronilla.
Ahora la detesto.
Me levanto y sin mirarla, tiro todo el contenido del caldo de la olla en la bacha de la cocina. Veo irse el caldo.
Doy la vuelta porque quiero verla ahora. La veo y me está mirando, llena de odio. Percibo que seríamos capaces de matarnos.
No sé que hacer...entonces le digo que lo que queda en el tazón es su porción del puto caldo de pollo, que lo tome.
No lo toma, solo me mira. La veo indignada, enojada y trsite a la vez, desarmandose...
No me importa y contrataco, digo que odio su pelo despeinado, su aspecto desarreglado, su indiferencia hacia mí, la falta que tiene de satifacerme...
Entonces, se saca el delantal, me lo tira otra vez en la cabeza, va hacia el dormitorio, agarra su bolso, vuelve a la cocina, me mira, me dice que soy un infeliz, y se va.
Se va dando un portazo. Los vidrios tiemblan.
Me quedo solo, tengo hambre y tomo el caldo de un sorbo porque ya está frio.