8.9.06

Nelly.

La ventana está abierta, se escucha a los pájaros chillar, deben ser pequeños por que el sonido es agudo.
Parece que se acerca la primavera, y hay sol. Se puede estar con la ventana abierta traquilamente.
Nelly está parada mirando los vidrios de la ventana, está tratando de contar cuantas manchas y dedos marcados la convierten en una superficie gris.
Para Nelly la ventana es un asco. No piensa en limpiarla.
Hoy se siente limpia, porque está encremada y lleva puesto su vestido azul, con sus zapatos azules, y su sombra de ojos color azul.
El cielo está azul.
Nelly no va a limpiar esa ventana gris.
Sigue en pie, se frota las rodillas, y comprende algo del mundo. Algo chiquito, pero algo.
No sabe si moverse o quedarse al lado de la ventana. La ventana abierta.

La contiene la ira en esa posición, pero a la vez la tienta a llevar a cabo acciones que la marcan, la desviven, la obsesionan. Imágenes aparecen en su cabeza, gritos, pieles rajadas, tripas, pelos, sangre.

Sabe que el teléfono no va a sonar. Esa condición va a terminar ahogándola, lo sabe.

No puede responder a las demandas de la ventana, de las paredes reventadas, de los lavatorios enjabonados, de las puertas cerradas, de la tristeza de su madre, de la pobreza de su padre.

Sigue inmóvil. No puede salir, su madre está sentada detrás de ella en la silla de siempre tapizada con tela verde, con el peinado más alto, los rulos batidos en la nuca, la nariz roja, las mejillas pálidas, los ojos ausentes, los dientes faltantes, la boca abierta y la baba colgando. Le obstruye el paso.

El padre salió a dar la vuelta de todos los días, a visitar el día.
Nelly no quiere verlo, no quiere ver esa cicatriz que lo empobrece tanto.
Está enfermo, delicado, hostil, gritón y tosiendo.
Nelly no va a girar, ni va a mirar a su madre.
Hoy no se siente parte de lo que no quiere seguir sientiéndose parte.

El teléfono no suena, ella no gira.
Se le cierran los ojos, y contiene, respira, piensa en las ganas de sentirse deseada, de rajarse el vestido, le tiemblan los senos...
Piensa en los mil hombres que se cruzó en la calle la última semana, los últimos que le hablaron.
No puede contener. El teléfono no suena, su cabeza está caliente, ardiendo. Abre los ojos, está empapada. No va a girar, porque los ojos de su madre se le pegaron a la espalda, la recorren como un hielo seco.
Quema.
La ira.
Las piernas le tiemblan, el pulso se acelera, se quiebra, pero no llora, le sale un grito ahogado que se va aclarando mientras las palabras se escurren en su boca:
- "una gran mugre hija de puta rodea esta casa, esta vida de mierda que vivo vestida de azul, los prendería fuego y me escaparía a que me rompan el culo, eso, mamá..."

Nelly yace desmayada en el polvo del piso, su madre babeando, la mira, y espera, espera a que llegue el padre porque parece que Nelly está cansada.