8.5.07

san expedito, por dios.

No podía adivinar donde dejaba las cosas. Los alimentos sobre todo, porque mientras cortaba con la cuchilla, lloraba.
Una cocina bañada en llanto.
Revolvía, lavaba o sacudía todo al mismo tiempo.
Veía sobre las paredes las manchas que no veía nadie, nunca. Que lúcida estaba pero cuando se acercaba a las manchas se ahogaban en su garganta.
En que momento ocurría cada acción? si ella estaba tan lúcida...
Ahora las tareas más fáciles le eran imposibles y para las difíciles tenían la fuerza de un oso.

Por qué él había dicho eso? Por qué ella no supo contestarle más que con llanto?
Culpa y bronca, eso era, y haberlo visto escupirle la cara con saliva y palabras.

Se sintió mareada, se sentó en el sillón tajeado por las uñas de los gatos.
Enseguida empinó un trago de vino tinto de un vaso con marcas de dedos, muchos dedos.
Donde estaban las cosas? Que se cocinaba dentro de la cacerola?. Porque todo estaba caído en el suelo? Restos de mugre, de piel, de pelos y ahora de vidrios del vaso con vino.
Ella no había hecho ningún esfuerzo? Todo se les venía abajo? Se morían los proyectos, las cosas, los pensamientos? Eso dijo él? Así lo puso en palabras?
Mas los platos, las plantas, la sequía...como fué capaz?
Un idiota, un tirano que arrojó sus miles de estampitas de San Expedito por el balcón. Con la fé que ella tenía, ahora las veia haciendo figuras monstruosas en la calle, vistas desde arriba eran las mismas caras que las de una muerte.
Donde estaría él? tan seguro estaba? Si acá o allá era lo mismo, más lejos o más cerca, como podría gritarle ahora?
Rompió la botella, derramó el contenido incierto de la cacerola convirtiendo el guiso en una alfombra deliciosa.
Temblaba.
Entonces cerró bien la ventana, bajó las persianas, y apagó las luces. Que nadie vea nada, que nadie sepa.
Y a limpiar...