14.4.08

intimidad

llegaba puntual, como casi siempre.
antes de entrar a la sala de Quintana (no era un consultorio), pasé al baño.
Ví un peine de carey apoyado en el lavatorio y lo usé. Batí mi pelo.
Cuando entré a la sala, Quintana se levantó muy despacio, nos abrazamos, me dijo "ahora yo voy al baño".
Mientras agarré los caramelos de su caramelera de vidrio, y analicé detalladamente toda su biblioteca. Adelante de los estantes con libros había todo tipo de objetos maravillosos, muñecas rusas, caballos de diferentes tamaños, pequeños, medianos y grandes, de bronce, animales de plástico, osos, Mafaldas, duendes de Bariloche, fotos de nietos, premios, trofeos, diplomas, banderines futboleros, más carameleras, bolsas de caramelos.
Cuando volvió a entrar Quintana, ya me había comido 5 caramelos frutales. El tardé en acomodarse, dejó el bastón, y yo escondí los envoltorios de los frutales.
Apagó la computadora con sus dedos desviados por el accidente, y me preguntó como me sentía. De a poco empecé a hablar, a contar como siempre partes de mi historia, de mis días y semanas, meses, años, madre, padre. Sacó mi ficha para seguir los nombres de "mis seres" que él fué resaltando en amarillo.
Nos reímos varias veces. Mis relatos le parecían cómicos.
Indudablemente nos caemos bien, pensé.
Comió tres caramelos de miel y menta. Tomó café en pocillo, un café que yo deseaba que me convidara, pero no, la que si convidaba café era una psicóloga de Paternal.
El agua la tomó en vaso y bombilla.
Me dijo que las mujeres, salvo algunas excepciones, limpiamos como pulpos, y como hijas de madres pulpo.
Nos despedimos con otro abrazo interminable. Las despedidas eran más lindas y melancólicas que las bienvenidas.
Fuí al baño otra vez, pero no usé el peine. Me despedí de la nueva "ayudanta" de Quintana, caminé por Av. Santa Fé, olí a un borracho. Seguía con bronca. Aunque noté que algo se había modificado. Pude escribír.