26.7.06

piedras en la cabeza

esquivé las piedras gigantes que caían del cielo.
corrí, moviendo mi cuerpo según ellas.
no me alcanzaron...
estaba felíz porque no había piedras en mi cabeza, había agua chorreando.
toqué el timbre pero nadie abrío la puerta.
me desmayé de los nervios, y de empapada.
me tembló el cuerpo hasta una tos que despertó mi conciencia, y ví el cielo negro.
ya no caía ni una piedra...
dí la vuelta, porque en esa casa no había ni un sonido excepto el ladrido de un perro que era como si fueran mil.
caminé hasta la estación de tren, pero todos me miraban.
me sentí sola entre ellos, y no modifiqué mi expresión. Callé todo lo que tenía que decir, los gritos que tenía que pegar; el fuego quemaba los charcos.
llegó el tren con asientos verdes, dormí, bajé, fumé un cigarrillo y entré a un bar.
ahí estaba él, sentado, pálido, quebrado.
no nos quisimos mirar, pero rocé su brazo y me senté atrás.
una mesa vacía, sin luz, un lugar oscuro, aparentemente gris que se convertía en blanco.
miré su nuca por dos horas seguidas.
su cabeza estaba gacha, nunca giró.
lo odié...
me levanté y salí del bar.
escuché la bocina del tren, viajé, viajé sin mirar a nadie.